lunes, 28 de septiembre de 2009

Semáforo en rojo

"¿Vamos?", dijo ella.
"Dale, vamos", contestó él.

Subieron a su camioneta, y arrancaron. Sin ningún rumbo determinado, sólo suponían que iban a terminar la noche juntos en la casa de él. Eran las 5 de la mañana de un domingo, hacía frío y llovía; el contexto los invitaba.
En una esquina, los detuvo un semáforo. Él miró para ambos lados, y, confiado, dobló. No llegó a meter la segunda, cuando tenía un patrullero encima, con la sirena encendida.

Estacionó y esperó a que el policía se acercara. Se disculpó, y entregó los papeles del caso: registro, cédula verde y comprobante del seguro. Excusándose por las condiciones climáticas, el uniformado se sentó en su auto con los papeles, para hacer el procedimiento de rutina.

Diez minutos después, él, impaciente, bajó de su camioneta y se acercó al móvil policial.
- ¿Algún problema, oficial?
- Em... si, sucede que nos salta una orden de captura, fechada año 1996.
- Uf, ese es un problema solucionado. Es muy viejo.
- Si, señor, discúlpenos, pero nos va a tener que acompañar.
- Ningún problema -dijo él-, sólamente permítanme alcanzar a mi amiga hasta su casa, vive aquí a dos cuadras.
- Seguro, luego acompáñenos en su vehículo por favor.

Llegó a la comisaría, y fue informado del motivo específico de la demora.
Argumentó que era un tema viejo, que si le permitían, él podía ir hasta su departamento a buscar una copia del edicto que indicaba que, por ese tema, quedaba libre de cargo y culpa. Incluso insistió, argumentando que desde ese momento a la fecha, había hecho varios viajes fuera del país sin ningún tipo de inconveniente.

Ese papel, que hasta hacía una hora carecía de valor, había aparecido justo 4 días antes, en una limpieza general del departamento. Por suerte, él había tenido el buen tino de guardarlo en un lugar de fácil acceso.

La oficial a cargo de la institución pidió que lo acompañaran hasta su domicilio, a buscar esos papeles.

Media hora después, él volvía a subir a su camioneta. Esta vez sólo, su amiga probablemente ya estaba dormida, abrazada a su almohada ó mordiendo el colchón, queriendo machacar la calentura que había sido interrumpida por un mal momento.

Llegó a su casa, se metió en la cama, y mirando al techo, dijo en voz alta: "nunca más paso un puto semáforo en rojo".

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